El juego constituye una vía mediante la cual el niño ensaya la forma de actuar en el mundo. En la actividad lúdica, el pequeño participa de una experiencia del todo única
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En la vida del niño, la principal actividad, a la que dedica más tiempo y, sobre todo, más ganas, energías e ilusión, es el juego. En la actividad del juego, el niño o niña articula conocimientos, emociones, sentimientos y relaciones interpersonales, en una experiencia única, que no se parece a ninguna otra.
Las características que definen el juego han motivado algunas teorías e ideas, claves a la hora de comprender el papel que nuestra sociedad le otorga. Estas características son, de un lado, la libertad (el juego es voluntario; si lo convertimos en rutina u obligación, deja de ser un juego); de otro, el placer (es una actividad que divierte y alegra, por lo que resulta deseable para el niño; no hay juego sin diversión), y por último, su gratuidad ausente de finalidad (el niño juega porque quiere jugar, sin esperar ningún resultado).
Entre los adultos, es frecuente la contraposición de juego y trabajo. La primera se considera una actividad «gratuita», sin fines extrínsecos. Julio Torres explica que «los mensajes ocultos que provienen del adulto no consideran el juego actividad indispensable, ni productiva». El trabajo, sin embargo, es la actividad «útil», evaluada por el logro de las metas propuestas.
Muchos adultos piensan que nunca es demasiado pronto para introducir a los niños en el «mundo de lo útil», para desarrollar aptitudes que les harán más competitivos en la sociedad moderna. Este planteamiento no puede ser más erróneo. El juego, explica el experto José Luis Linaza, «es serio y es útil para el desarrollo del niño en la medida en que él es su propio protagonista, se mantiene diferenciado de las exigencias y limitaciones de la realidad externa, permite explorar el mundo de los mayores sin estar ellos presentes, se convierte en el terreno privilegiado de interacción con los iguales y en fuente de funcionamiento autónomo».
En efecto, la estabilidad emocional adquirida durante los primeros años de la infancia y las experiencias derivadas del juego hacen posible una evolución adecuada, tanto emocional como intelectualmente. Esta evolución permite al niño acercarse, progresivamente, a las etapas iniciales del aprendizaje en el colegio para, después, comenzar su andadura en el mundo exterior.
Todos los especialistas coinciden en el valor psicopedagógico del juego en la infancia. El juego posibilita un armonioso crecimiento del cuerpo, la inteligencia, la afectividad y la creatividad. La relación del juego con algunas de estas facetas lo convierten, primero, en un medio de socialización, expresión y comunicación, con el que el niño supera su egocentrismo, fija relaciones con sus iguales y aprende a aceptar puntos de vista distintos al propio.
Además, le ayuda a conocerse a sí mismo y a los demás, y establecer vínculos afectivos. Por otra parte, desarrolla las funciones psíquicas necesarias para aprendizajes como la percepción sensorial, el lenguaje, la memoria, etcétera, así como las funciones físicas (correr, saltar, equilibrio y coordinación...).
El juego también estimula la superación personal a partir de la experimentación del éxito, base de la autoconfianza. También ayuda a interiorizar las normas y pautas de comportamiento social, ya que si los niños no respetan las normas de juego (que ellos mismos se dan), se sancionan. Y lo más importante, es la base de toda actividad creativa, ya que estimula la imaginación.
En el desarrollo infantil, la necesidad de crecer y dominar el entorno es tan fuerte que el niño pone en esta función todo su empeño y energía. Por eso, según la especialista Petra María Pérez, «se aprende más y a mayor velocidad en la infancia que en ningún otro periodo». El juguete es el vehículo que, aún inconscientemente, se emplea en este proceso. Por tanto, el juguete es el instrumento a través del cual se realiza el proceso del juego, lo cual, según Rosario Ortega, «no es poco desde la perspectiva psicoeducativa. Lo importante es el juego mismo, con lo que ciertos objetos son preciosos, si están bien elegidos y traídos al escenario lúdico».
Un juguete para cada niño
Así, un buen juguete no es «neutro», sino que puede y debe estimular la imaginación para desencadenar los mecanismos del pequeño y enriquecer el escenario del juego, favoreciendo la interacción. El juguete, además, crece con los niños y lo hace de forma distinta para cada uno de ellos. A veces, el juguete favorito de un pequeño, que le acompaña a todos los sitios, queda arrinconado, sustituido por otro. Otras, un juego que hemos regalado a un niño no le gusta a otro de su misma edad, tal vez porque prefiere juegos más activos, o porque es más retraído. O, simplemente, porque cada niño es diferente.
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